En la segunda vuelta de las elecciones legislativas francesas, la extrema derecha encabezada por Marine Le Pen busca conquistar la mayoría absoluta en la Asamblea Nacional, un objetivo que parece cada vez más lejano. Tras el contundente triunfo de Reagrupación Nacional en la primera ronda, el resto de partidos han cerrado filas para frenar el avance de la ultraderecha.
En concreto, la coalición de izquierdas Nuevo Frente Popular y el oficialista Ensemble han acordado retirarse de aquellas circunscripciones donde quedaron en tercera posición, para no dividir el voto y dar así una «barrera republicana» frente a Le Pen. Esta estrategia ya se ve reflejada en las encuestas, que pronostican que Agrupación Nacional obtendrá entre 190 y 220 escaños, lejos de los 289 que necesitaría para la mayoría.
Aunque el partido de extrema derecha sigue siendo la fuerza más votada, este revés significaría que ningún bloque alcanzaría la mayoría absoluta, obligando a un complejo escenario de negociaciones y acuerdos entre formaciones tradicionalmente enfrentadas. En ese marco, la designación del próximo primer ministro se presenta como una verdadera incógnita.
Cualquiera sea el desenlace, está claro que las elecciones han derivado en un mapa político muy fragmentado, que augura un período de inestabilidad e instabilidad para el futuro próximo de Francia. La movilización clave en la primera vuelta, que batió un récord de participación, no se ha traducido en una solución diáfana.