La reciente decisión de la Unión Cívica Radical (UCR) de expulsar a varios de sus diputados ha desatado una intensa controversia dentro del partido. La medida se tomó luego de que estos legisladores, entre ellos Mariano Campero, Martín Arjol y Luis Picat, apoyaran al gobierno de Javier Milei en diversas votaciones, lo que fue considerado una traición a la línea oficial del partido. Campero, tras su expulsión, calificó el pedido de sanción como “una mirada egoísta y hasta infantil”, sugiriendo que la decisión de la UCR refleja una falta de visión sobre las necesidades políticas actuales.

Mientras tanto, los diputados expulsados han manifestado su intención de formar un interbloque con La Libertad Avanza, el partido de Milei, lo que ha generado aún más tensiones. En este contexto, la UCR se enfrenta a una crisis de identidad, donde la lealtad al partido se pone en duda frente a la búsqueda de alianzas estratégicas que podrían beneficiar a algunos de sus miembros en el futuro político.

Por otro lado, la reacción de los radicales que se han mantenido leales a la UCR ha sido contundente. Pablo Juliano, presidente del bloque “Democracia para Siempre”, no escatimó en críticas hacia sus colegas que se reunieron con Milei, describiéndolos como “arrastrados como gusanos en busca de una salida a sus candidaturas”. Esta declaración refleja el profundo resentimiento que existe hacia aquellos que optan por acercarse al oficialismo, en detrimento de las decisiones institucionales del partido.

Rodrigo de Loredo, uno de los críticos de la expulsión, ha sido señalado como un ejemplo de esta ambivalencia, ya que, a pesar de su oposición a las sanciones, se reunió con el presidente. Este tipo de acciones sugiere que una parte de la UCR está dispuesta a sacrificar la cohesión interna por la posibilidad de obtener beneficios políticos, lo que podría llevar a una mayor fragmentación dentro de la fuerza política.