Jorge Macri ha tomado medidas drásticas en respuesta a la reciente fuga de 17 presos de la Alcaidía de Liniers, removiendo a la cúpula de la Policía de la Ciudad que había sido designada apenas seis meses atrás. Esta decisión se produce en medio de una crisis de liderazgo dentro de la fuerza policial, que ha sido marcada por acusaciones de negligencia y falta de coordinación.

La fuga, que se produjo cuando los reclusos lograron abrir un boquete y escapar corriendo por la General Paz, ha puesto en evidencia serias fallas en la gestión de la seguridad. La fiscalía intervino siete horas después del incidente, y la propia policía se enteró de la situación gracias a la información proporcionada por otro preso, lo que resalta la falta de control y vigilancia en el establecimiento.

El ministro de Seguridad, Waldo Wolff, ha señalado que la fuga implica «connivencia o negligencia», lo que ha generado tensiones adicionales entre los miembros de la fuerza y el gobierno. En este contexto, Macri ha decidido despedir a los jefes Pablo Kisch y Jorge Azzolina, quienes habían sido nombrados por el propio gobierno porteño. La falta de experiencia en el manejo de tropas de los nuevos jefes, Diego Casal y Carla Mangiameli, ha suscitado preocupaciones sobre su capacidad para liderar efectivamente a la policía.

Además, la situación se complica por las luchas internas entre diferentes sectores del gobierno, lo que ha llevado a una crisis de confianza en la gestión de la seguridad pública. La relación entre la Policía de la Ciudad y la SIDE también se ha visto afectada, lo que ha generado un clima de desconfianza y falta de cohesión en la estrategia de seguridad.

Con estos cambios, Jorge Macri busca restablecer el orden y la confianza en la fuerza policial, aunque enfrenta el desafío de lidiar con una estructura interna fracturada y la presión de un entorno político complejo.