Lo que debía ser una celebración por el 75 aniversario de la alianza militar más poderosa del mundo se vio ensombrecida por las crecientes dudas sobre el estado de salud del presidente anfitrión, Joe Biden. En los pasillos de la cumbre de la OTAN en Washington, los rumores sobre su capacidad para completar el mandato e incluso volver a presentarse en 2024 opacaron los temas de agenda.

Pese a los intentos de Biden por proyectar firmeza, su desastroso debate previo contra Donald Trump avivó los cuestionamientos dentro de su propio partido sobre la viabilidad de su candidatura. «No se puede descartar que los líderes mundiales se estén preguntando en privado sobre su estado», admitió Cathryn Clüver Ashbrook, experta de la Fundación Bertelsmann.

En contraste con la retórica presidencial de respaldo inquebrantable a Ucrania, las delegaciones de la OTAN no ocultaron su interés por sondear las posturas de posibles sucesores republicanos. Incluso se dieron encuentros con aliados de Trump, reflejando la incertidumbre en torno al futuro de la relación transatlántica.

«Una cosa es segura: con Trump no se puede anticipar nada», advirtió Christoph Heusgen, presidente de la Conferencia de Seguridad de Múnich. Y es que el magnate ya ha expresado abiertamente dudas sobre el valor de la OTAN para Estados Unidos si los aliados no aumentan su gasto en defensa.

Por el momento, la alianza optó por no hacer declaraciones públicas sobre el tema. «Siempre nos hemos mantenido al margen de cuestiones de política interna», argumentó el secretario general saliente, Jens Stoltenberg. No obstante, en privado, la inquietud persiste.

Con Rusia manteniendo su arremetida en Ucrania, la OTAN no puede darse el lujo de vacilar en su liderazgo conjunto. La inestabilidad en la Casa Blanca amenaza con socavar la cohesión necesaria para enfrentar los enormes desafíos que se avecinan.