En una jornada electoral que sacudió los cimientos políticos de Francia, la coalición de extrema derecha liderada por Marine Le Pen obtuvo un sorprendente 33% de los votos en la primera vuelta de las elecciones legislativas. Este resultado sin precedentes deja a las fuerzas ultraderechistas a un paso de hacerse con la mayoría en la Asamblea Nacional.

Tras el impacto inicial, los partidos tradicionales se aprestan a librar una batalla crucial en la semana previa al balotaje del 7 de julio. La premisa es evitar, a toda costa, que la Agrupación Nacional de Le Pen acceda al poder y conforme un gobierno de tintes xenófobos en el seno de la Unión Europea.

«La extrema derecha está a las puertas del poder. Ningún voto debe ir a su favor», clamó con vehemencia el primer ministro Gabriel Attal. No obstante, la tarea no será sencilla, pues el sistema uninominal a dos vueltas podría terminar beneficiando a los ultras en determinadas circunscripciones.

En esta coyuntura crítica, la presión recae sobre los rivales del Reagrupamiento Nacional para que, allí donde haya tres o más candidatos, se retiren a fin de favorecer al mejor posicionado frente al peligro ultraderechista. «Tras la conmoción, hacer frente unidos», urgió el diario Libération en su portada.

No será fácil, sin embargo, coordinar esta estrategia del «frente republicano». El presidente Emmanuel Macron, cuyo bloque obtuvo un magro 22%, se resiste a apoyar abiertamente a candidatos de la izquierda radical que integran el Nuevo Frente Popular, al que tildó de «antisemita».

Por su parte, Le Pen no ocultó su ambición de alcanzar la mayoría absoluta para «reconstruir Francia». De concretarse este escenario, supondría un duro revés para los valores democráticos del país galo y ensombrecería su apoyo a Ucrania en el conflicto con Rusia.