Mientras las potencias occidentales despliegan su desconfianza, China y Rusia estrechan filas en su disputa por ejercer influencia en esta estratégica región del planeta. Los crecientes efectos del calentamiento global abren oportunidades tanto económicas como militares que ambas naciones buscan aprovechar.

En la ciudad noruega de Kirkenes, a pocos kilómetros de la frontera rusa, se palpa la tensión que tiñe esta nueva pugna por el Ártico. Lo que en un momento fue un idílico pasaje fronterizo donde los rusos cruzaban para disfrutar de «safaris del cangrejo real», hoy luce desolado tras el cierre de Noruega a los turistas procedentes de la nación invasora. «Se respiraban tensiones en el aire» cuando el enviado ruso depositó una corona de flores en un monumento, consignó la prensa local.

Esta localidad había soñado con convertirse en la puerta de entrada a Europa de la «ruta de la seda polar» anunciada por China en 2017. Utilizando la Ruta Marítima Septentrional del Ártico los envíos desde Shanghai llegarían a Hamburgo en tan solo 18 días, frente a los 35 requeridos por Suez. Inversores chinos se mostraron entusiasmados, afirmó el exalcalde Rune Rafaelsen: «Kirkenes pasaría de punto final a puerta de entrada de las mercancías chinas».

Sin embargo, la guerra en Ucrania nubló este ambicioso plan. Finlandia desistió de construir la conexión ferroviaria indispensable con Kirkenes por temor a la «inestabilidad geopolítica» en la frontera rusa. Mientras China se autoproclama «neutral», su apoyo a Moscú alimenta el escepticismo occidental hacia su presencia ártica.

«La imagen de China en la región enfrenta un riesgo significativo de declive», lamentaron académicos chinos en la revista Studies. Occidente teme que el gigante asiático gane influencia económica que derive en una plataforma de proyección militar, sumándose al desafío que ya plantea Rusia en el círculo polar.

Pese a estas suspicacias, ambas potencias autocráticas sellaron su alianza polar. En la reciente visita de Putin a Pekín, acordaron «promover la ruta ártica como un corredor estratégico» mediante la cooperación empresarial para infraestructuras logísticas.

Rusia controla casi la mitad del litoral ártico y gran parte de sus recursos naturales. Ante las sanciones occidentales, China emerge como un socio clave para el desarrollo gasífero y petrolero ruso orientado a Asia. «Están en buena situación, Rusia los necesita porque no tiene otras opciones», sintetiza un experto.

Mientras el deshielo abre nuevas rutas de navegación, el calor de la geopolítica derrite aceleradamente los antiguos equilibrios en esta remota región donde Rusia y China procuran afianzar su control e influencia económica y militar.