La cumbre del G7 en Italia delineó un plan trascendental para reforzar el apoyo financiero a Ucrania en su pugna contra la invasión rusa. La estrategia contempla utilizar los intereses generados por los 300.000 millones de dólares en activos del Banco Central Ruso congelados como garantía para otorgar un préstamo único de hasta 50.000 millones a Kiev.

Esta maniobra busca paliar las apremiantes necesidades fiscales de Ucrania, cuyo déficit presupuestario oscila entre el 20 y el 30% del PIB. Un desafío mayúsculo, considerando que durante los primeros dos meses de 2024 prácticamente no recibió ayuda externa, realidad que generó gran incertidumbre sobre cómo financiar sus operaciones militares y las necesidades internas.

«Ucrania necesita entre 100 y 150 mil millones de dólares al año solo para gestionar el país y la guerra», expone Yuriy Gorodnichenko, economista ucraniano de la Universidad de Berkeley. El experto remarca que solo la mitad de los últimos 61.000 millones prometidos por EE.UU. se destinará directamente a Kiev, mientras el resto engrosará las arcas del Pentágono.

La decisión del G7 garantizaría fondos para Ucrania al menos por un año más, reduciendo la incertidumbre ante eventuales cambios políticos en Occidente. «Ellos quieren asegurar la financiación para al menos un año más», advierte Gorodnichenko sobre el temor a un giro desfavorable si Donald Trump retorna a la Casa Blanca.

No obstante, el plan no está exento de controversias. Algunos analistas advierten que congelar los activos rusos durante una década podría obstaculizar su utilización para la reconstrucción de Ucrania cuando el conflicto amaine. Un delicado equilibrio que Occidente deberá gestionar con destreza.

En suma, con sus opciones financieras menguantes, Ucrania apuesta por este novedoso mecanismo como un respiro para su maltrecha economía de guerra. El tiempo dirá si esta estrategia resulta suficiente o si se requerirán nuevas medidas para no claudicar ante la asfixia económica impuesta por el acoso ruso.