En un histórico gesto, el Papa Francisco acudió como invitado estelar a la cumbre del G7 en la sureña localidad italiana de Borgo Egnazia. Su presencia inédita cautivó a los líderes mundiales congregados, quienes le rindieron un cálido recibimiento al ingresar en su silla de ruedas al salón de conferencias.

En su alocución, el Sumo Pontífice dedicó sus palabras a abordar las implicancias éticas del vertiginoso avance de la inteligencia artificial (IA). «La IA es fascinante y aterradora al mismo tiempo», sentenció Francisco, instando a regular su desarrollo para preservar el control humano.

«Los seres humanos siempre deben tener el poder de tomar decisiones. Condenaríamos a la humanidad a un futuro sin esperanza si le quitáramos esa capacidad», advirtió con vehemencia el líder de la Iglesia Católica. En esa línea, exigió prohibir los sistemas de armamento letal autónomos impulsados por IA, recalcando que «ninguna máquina debería decidir jamás si una persona muere o no».

Pese a las expectativas, el Papa omitió referirse al conflicto en Ucrania y otros focos de tensión mundial. No obstante, su contundente postura bioética resonó con fuerza entre los asistentes al cónclave.

La inusual convocatoria al máximo jerarca vaticano formó parte de la estrategia de la anfitriona Giorgia Meloni por mostrar una imagen de apertura del G7. «Es un gran honor y una primicia. Es la primera vez que un Papa asiste», celebró la primera ministra italiana al configurar un encuentro ampliado a una veintena de naciones.

Aunque la regulación de la IA ocupó un lugar central, los líderes abordaron otros tópicos apremiantes como la migración, la crisis climática y la necesidad de fomentar el desarrollo en África y el Sur global. A China se le exigió cesar su asistencia militar a Rusia y frenar sus excesos productivos en ciertos sectores para garantizar una competencia justa.

En suma, la cumbre en suelo italiano dejó un ineludible mensaje: la marcha imparable de la revolución tecnocientífica demanda nuevos marcos éticos y humanistas para preservar los valores fundamentales. Un desafío mayúsculo que augura intensos debates en el futuro próximo.