Como en todas las elecciones anteriores, el entorno cercano a la directora de ANSES y referente absoluta de La Cámpora en Mar del Plata, creía que el resultado a su favor sería aplastante.
Estaban juntos Fernanda Raverta, varios concejales, una importante cantidad de gremios, representantes del peronismo de la Guardia de Hierro, dirigentes Pro Vida, grupos feministas, varias ONGs, miles de militantes rentados, decenas de Jefes de centros de atención de Anses, Pami, Ioma y por supuesto, militantes de La Cámpora por convicción, de los que no cobran.
En la vereda de enfrente, unos 15 veteranos peronistas sin ninguna llegada por fuera de los metros cuadrados de su sede partidaria pero con un curtido y aún resistente corazón peronista al que se le sumó el ex diputado provincial y actual director local de Correo Argentino, Manino Iriart.
Era una interna que se asemejaba a una lucha entre David y Goliat. Un grupo con fecha de vencimiento con un militante sin necesidades de cargo que tenía ganas de jugar políticamente y lo hizo. Uno era un grupo humilde y el otro era la ostentación de recursos y poder mas fuerte jamás vista en el peronismo local.
Ganó el desconocido candidato de Raverta, quien hasta que se consumó el triunfo su rostro parecía evidenciar un importante temor por haber quedado expuesto en una elección que todos le daban por cómodamente ganada pero que desde que comenzaron a contarse los votos, no podía confirmarse.
Al final, Raverta y su enorme masa variopinta le ganaron a los quince veteranos y un jóven dirigente con voluntad de dar pelea. El resultado fue 58% a 42%. Algunos medios de la ciudad afirman que fue un gran triunfo. Pero lo cierto es que entre todos los espacios políticos y organizaciones gremiales y otras ONG, más La Cámpora, apenas lograron que los voten poco más de 3000 personas. Con un récord de recursos y récord de organizaciones tragándose sapos con el objetivo de ganar, apenas juntaron el 10% de los votos necesarios para meter un concejal entre veinticuatro que tiene el Concejo Deliberante local.
Ese fue el poder de fuego de la líder marplatense de alcance nacional. El 10% de un concejal.
Los papeles confirman que Raverta ganó, pero el balance comparado a lo obtenido con la vergonzosa convocatoria inclina la balanza a trabajar en que la elección, como las anteriores, quede en el olvido lo antes posible.
Al día siguiente, exteriorizando inconscientemente su frustración, Raverta escribió una carta pública denunciando, por un lado, una nefasta y despreciable operación de un medio de La Plata. Absolutamente repudiable. Todos quienes defendemos que se haga política sin utilizar jamás asuntos personales, debemos repudiar ese tipo de acciones y colaborar en no instalarla aún más.
Pero ayer, junto a esa denuncia o manifestación genuina y comprensible, Raverta agregó otra que parecía contener cierto grado de paranoia (desconfianza no realista de los demás o sensación de ser perseguido). En su carta, Fernanda Raverta culpaba al intendente Montenegro de llevar adelante una campaña sucia para perjudicarla en la elección.
De todas las elecciones en las que Raverta fue protagonista, siempre perdió. Ahora, la primera vez que logra una victoria, acusa a su adversario por la intendencia de atentar contra sus posibilidades. Buscó culpables externos para justificar su pobre performance. Reacciones y manifestaciones de éste tipo sin dudas, le restarán (aún más) a futuro.
Sus bases, por lo menos los pocos que entienden realmente de política partidaria, saben perfectamente el motivo de su pobre resultado electoral. Sólo falta que ella, de una vez, actúe como una dirigente sub 50 y pueda hacer la tan compleja autocrítica que tanto cuesta a quienes se creen un escalón por encima de los demás.
Por Joaquín Gayone
Agencia País