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Los radicales eligen jugar a pleno o mantener su relativo peso dentro de Juntos por el Cambio

La Unión Cívica Radical es uno de los dos partidos con mayor historia y representatividad de la historia Argentina.
Con un protagonismo histórico y permanente, de puja constante con el peronismo por los espacios de poder, la UCR ha sobrevivido a su crisis más fuerte, desencadenada por la renuncia de De La Rúa en 2001. Pero esa crisis fue, sobre todo, como fuerza nacional, ya que nunca perdió territorialidad. En los pueblos, ciudades y provincias, el radicalismo logró sobreponerse y recuperar espacio perdido o mantenerlo a pesar del duro momento.

En 2015, el crecimiento del partido centenario fue tan importante como su aporte para el triunfo del frente político que llegó al gobierno. Muchos espacios y partidos fueron importantes. Todos sumaron y sin ellos, justamente en su totalidad, Cambiemos no hubiera podido lograr lo que logró.
Pero algo a partir de esa victoria no se reflejó en la medida justa. El radicalismo, partido que aportó la mayor estructura política y territorial del frente, quedó prácticamente fuera del gobierno, tanto nacional como bonaerense.

Desde 2015, la UCR debió conformarse con representatividad legislativa (que ya contaba antes de formar parte del frente) y algunos cargos menores, completamente intrascendentes comparado al aporte realizado.

En la provincia de Buenos Aires, en 2015, de los 16 senadores de Cambiemos, sólo 4 eran radicales (25%), en 2017 eran 7 de 29 (24%) y en 2019, 6 de 26 (23%). En diputados, eran radicales 12 de 29 en 2015 (41%), 12 de 44 en 2017 (27%) y 11 de 41 en 2019 (26%). Siempre, avanzando hacia atrás.

La dirigencia partidaria provincial desarrolló fuertes y amistosos lazos con otros espacios, como la Coalición Cívica y fundamentalmente, con el PRO. Pero claro, cuando se es útil y se reclama poco, es común ser muy querido por los demás. Ese cariño hacia los dirigentes que representan al radicalismo bonaerense (Daniel Salvador y Maximiliano Abad) se nota claramente en los gestos de apoyo de Vidal, Ritondo, Elisa Carrió y otros.

Ya lo dijo Carrió públicamente y con una enorme sonrisa en sus labios en 2018: «Van a hacer lo que digamos, yo los manejo desde afuera» (haciendo referencia a la UCR). Esa frase, seguida con una risa compartida con un importante auditorio (en el que se encontraban radicales), simboliza lo a gusto que otras fuerzas que forman el frente se sienten con la conducción actual. No es para menos, ya que el PRO se quedó con un 80% de los cargos nacionales y provinciales y el 20 restante se repartió entre otras fuerzas (el porcentaje que ocupó el radicalismo es difícil de estimar dentro de ese 20%).

Los últimos, fueron años de una UCR bonaerense ordenada y que no recibió ataques de ningún tipo, ya que al no ocupar cargos con poder de decisión, difícilmente despertaría alguna crítica. La UCR transita un camino tranquilo, pasivo, sin peleas y sin siquiera discusiones.

En dos días, la Unión Cívica Radical vivirá internas. Votarán los afiliados. Ellos decidirán entre la continuidad de una vida tranquila, pasiva, atenta a las necesidades de otros y sin ambiciones de poder o la lista opositora, que lleva como candidato a presidente del partido a Gustavo Posse, el intendente radical con mayor peso en la provincia y el único que gobierna una ciudad en territorios donde el peronismo es más fuerte.

El oficialismo, representado por Daniel Salvador y el diputado de confianza de María Eugenia Vidal, Maximiliano Abad (el radical es preferido por Vidal más que sus propios diputados del PRO) cuentan con el apoyo de Ernesto Sanz, Gerardo Morales y toda la dirigencia del PRO. Dijo Posse sobre la actual conducción: «son personas honorables y eso no cambia, a pesar de la forma en que han conducido al partido».

La lista opositora lleva a Gustavo Posse como presidente, pero suma una fuerza de apoyo que incluye a Martín Lousteau, Federico Storani, Juan Manuel Casella y un importante número de jóvenes del radicalismo que por su lógica impronta, reclaman mayor protagonismo del partido.

Se define entre la continuidad de una dirigencia que garantiza un manto de paz absoluta y poca discusión (que no es poco) y un radicalismo que tiene como prioridad fortalecer Juntos por el Cambio pero haciendo valer el peso territorial, la historia y capacidad de sus miembros en el frente que busca volver al poder en 2023.

Por Joaquín Gayone
Agencia País